Crisis creativas, deme diez
TÍTULO ALTERNATIVO: Resonancias (El ladrón de orquídeas)
Yo solía creer en el romanticismo de ser única.
Como los siete mil millones de personas que habitamos el planeta.
Soñaba con descrubrir mi mundo interior,
con fé inamovible en que, en el momento justo,
sería como si Jules Verne se me apareciese en espíritu
con una sonrisa amable en la cara
me tomaría de la mano
y juntos descubriríamos adentrándonos en mis universos subconscientes
que soy la puta hostia.
Que Nietzsche, Curie, Duncan, Einstein y otras deidades,
vibrarían afines en su tumba de regocijo,
en el palacio de los ancestros de los intelectuales
diciendo "sí joder, ahí va nuestra pequeña, es de lxs nuestrxs!".
Que me saldrían best-sellers creativos así, de la manga,
porque soy to profunda.
Por que Pina Bausch se hace, no se nace.
Yo, que empecé a escribir para superar mi sindrome de estocolmo con mis respectivas Dulcineas del Toboso, y otros daños de Disney.
Claro que sí.
Claro que no iba a ser así.
También en qué cabeza cabía.
Que yo. Una niña pija.
Hija única.
Blanca.
Rica a efectos prácticos.
Con clases de inglés pagadas desde los seis años, con profesores bilingües, en las profundidades de Jaén,
iba a haber desarrollado las circustancias y estímulos de espíritu,
para entender la complejidad de sufrir el alma,
para transformarla en arte y belleza,
para heredarle el trono a Machado.
A Paco Tito.
O a Muñoz Molina. Todos hombres sí.
Bueno, y por qué no. Pero simplemente, no, no es así.
En su lugar me revuelvo contra mi mediocridad
como un gusano torpe y gordo
atrapado para siempre
en una crisálida que no hace metamorfosis.
¿Qué tienes que decir? ¿Cuál es mi observación?
Soy tonta, perezosa, fea,
atrapada en un síndrome premenstrual eterno,
ahora una comediante cliché de los años 90.
De qué voy a hablar si desde pequeña lo que me mueve
es ser niña de, novia de, señorita de.
Patético. Le he perdido la batalla al patriarcado.
Soy un sujeto de admiración y consumo.
De qué estoy hablando cuando hablo de que no tengo nada de qué hablar.
Nada con lo que engatusar,
hacer ilusionismo con mis virtudes,
ponerlas frente a un público,
colocar un cristal de por medio,
a través del cual puedan verme, pero no tocarme.
Porque soy la puta hostia y ellxs no.
Traer sus stories de instagram a la vida real.
Que me vean. Quince segundos. Treinta minutos.
Y después sigamos a lo nuestro.
Y quizá el movimiento sea este.
El movimiento de lo real. De recordarnos que somos feos,
mediocres, a días no sabemos por qué existimos,
no tenemos obesidad: tenemos ansiedad
dudas, miedo.
Será esa la labor del arte en este preciso contexto (dictamino).
En un contexto en que estamos bajo la inercia imbatible de la plataforma,
de mostrarnos evolucionados. Impolutos.
Seguros de nuestras decisiones. Existosos y risueños.
Maniquíes de la puta paranoya del siglo vivimosenelpaisdenuncajamás.
Cuando seguimos siendo humanos.
La verdad es que me repanocha la pera cualquier cosa
si puedo consumirme bailando.
Y mi cuerpo deshecho será mi creación.
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